Hay figuras cautivadoras que, no por ello, se libran del fogonazo de las críticas. Elon Musk (Pretoria, 1971) es, para muchos, uno de los grandes ingenios del siglo XXI, pero su exigente estilo de gestión y su extravagante manera de ser le han llevado a oxidar su atractivo empresarial. Su cara menos amable es cada vez más poderosa, aunque no ha jugado en contra de su fortuna: ya es la tercera persona más rica del mundogracias a sus ideas superlativas.

En este tiempo, ha montado y levantado proyectos de gran magnitud en varias áreas como la energía renovable, el espacio e internet. En ningún momento le ha quebrado su rumbo a la innovación. Parte de su éxito ha sido involucrarse en proyectos de vanguardia como SpaceX, que explora los viajes espaciales privados y que ha inaugurado una nueva carrera espacial. Obsesionado con viajar al espacio, sueña con llevar al primer hombre a Marte.

Otro de sus éxitos es Tesla, principal fabricante de coches electrónicos que tiene una valoración bursátil por encima del conjunto de las cinco marcas de automóviles. Es su mejor activo, pero también ha participado en la creación de ideas como Hyperloop, un tren supersónico; o OpenIA, firma de Inteligencia Artificial. Y otro ejemplo es The Boring Company, que propone una serie de túneles para solucionar el problema de tráfico de Los Ángeles.

A medida que su figura ha cobrado mayor relevancia también ha despertado los fantasmas de la explotación laboral. Se declara un trabajador nato. Dice en entrevistas que es una persona hecha a sí misma, que el trabajo dignifica. Por ello asegura dedicarle unas ochenta horas semanales a sus empresas. Exempleados han denunciado, sin embargo, jornadas casi esclavistas y una precaria remuneración, como el caso de Neuralink, un proyecto de neurociencia.

Científicos que han trabajado en su desarrollo han destapado sus dudas acerca de esta iniciativa que propone conectar el cerebro humano a un ordenador a través de un chip. Neurocientíficos, de hecho, han criticado este proyecto y han señalado en algunos foros que nada de lo que se ha mostrado representa ningún avance. Llevan décadas analizando el comportamiento del cerebro.

En un artículo publicado en «The Conversation», Liset Menéndez de la Prida, directora del Laboratorio de Circuitos Neuronales Instituto Cajal del CSIC, aseguraba que la neurociencia sigue estando por encima de los desarrollos de Neurolink: «Jugó al juego de encantamiento. Llevan detrás años de dura y seria investigación científica», apuntó.

Pero también han trascendido comportamientos durante su gestión que han criticado duramente que presione demasiado a sus trabajadores. Le llueven enemigos. En 2017, durante unas jornadas organizadas por «TechCrunch», un conocido experto en robótica llamado Rodney Brooks, director fundador del Laboratorio de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial del MIT, y cofundador de iRobot y Rethink Robotics, llegó a decir de Musk que vendía, literalmente, humo y que no creía que comprendiera los avances logrados en el campo de la Inteligencia Artificial.

Musk, en cualquier caso, imanta una personalidad resplandeciente. Desprende un halo de seguridad y confianza que le lleva a presentar sus juguetes en medio de una gran expectación. Es listo y sabe aprovechar su momento. Con su dosis diaria de verborrea, puede prometer cualquier cosa. Es un showman, un «vendetodo» que no duda en entrar haciendo un pase de baile o liarla como cuando le dio un par de caladas a un porro de marihuana durante una entrevista con Joe Rogan. Su imagen inhalando el humo dio la vuelta al mundo.

Su vida personal está en consonancia con su trascendencia profesional. De padres separados, ha reconocido que se tomó su primer descanso a los 29 años. Vivió una dura infancia en pleno Apartheid, aunque proviene de una familia adinerada. En una biografía de Ashlee Vancetitulada «Elon Musk: Tesla, SpaceX y la búsqueda de un futuro fantástico» (2015) consideraba incluso que las vacaciones son malas para la salud y pensaba que si uno quiere cambiar el mundo no puede tomarse tiempo libre ni para ir a ver a su hijo recién nacido.

En el año 2000 sufrió un terrible episodio de malaria durante un viaje a Brasil del que se recuperó a los seis meses. Perdió veinte kilos de peso. Para ello, dijo tomar cloroquina, un medicamento que más recientemente ha defendido como útil para la lucha del coronavirus. No es médico ni virólogo, por lo que su comentario recibió muchas críticas. Ahora corre el riesgo de que el personaje que ha creado se le engulla.

(ABC Soluciones)

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